viernes, 17 de mayo de 2013

Algunas reflexiones sobre el miedo (I)


"No conoceré el miedo. El miedo mata la mente. El miedo es el pequeño mal que conduce a la destrucción total. Afrontaré mi miedo. Permitiré que pase sobre mi y a través de mi. Y cuando haya pasado, giraré mi ojo interior para escrutar su camino. Allí por donde mi miedo haya pasado ya no quedará nada, sólo estaré yo."

Tal y como dice la letanía de Dune (1965), el miedo mata la mente; sólo dejándolo que pase y desprendiéndonos de él, intentamos lograr nuestros proyectos. Es fácil decirlo cuando estamos sentadas en una silla, pero cuando la última chapa está por debajo de los pies, deja de ser sencillo. Es entonces cuando nos bloqueamos y desistimos de hacer movimientos, probar secuencias, aprender y mejorar.

Toda/os sentimos miedo cuando escalamos. Es normal, la escalada es un deporte de riesgo. A algunas/os nos afecta más a menudo, otras/os más esporádicamente; a algunas/os el miedo nos paraliza más, a otras/os menos. Decía Mariona Martí en el documental Escaladoras (2005) que “la escalada deportiva, a diferencia del alpinismo o de la escalada en (...) grandes paredes, tiende a minimizar los riesgos. Es muy normal que la gente se caiga y no pasa nada. Si controlas un poco la caída y el asegurador sabe hacerte un aseguramiento dinámico (...), no pasa nada. Todos tenemos miedo a caernos, yo tengo miedo a caerme, pero también es parte del encanto.” La mayoría de la comunidad escaladora estará de acuerdo con estas palabras y, por ello, la mayoría de las veces se considera que el miedo a caernos es irracional y/o inconsciente. El miedo es un mecanismo de defensa psicológico que se activa ante un riesgo, la posibilidad de sufrir dolor o sencillamente por la incertidumbre acerca de la existencia de dicho riesgo/dolor. Si partimos de que el riesgo es prácticamente nulo en la mayoría de vuelos, en escalada deportiva, de lo que se trata es de ver cómo vivimos ese miedo, por qué nos puede llegar a paralizar y cómo afrontarlo.

Pese a que tanto hombres como mujeres sienten miedo al escalar, el género suele influir en cómo lo afrontamos unas y otros. Para entender el porqué de las posibles diferencias, hay que recordar que, tradicionalmente, el deporte ha sido clave entre hombres para inculcar y expresar en público los valores tradicionales de la masculinidad. Los deportes de riesgo como son el alpinismo y la escalada deportiva no son precisamente una excepción: la cultura montañera está impregnada de individualismo, competitividad, fuerza, valentía, rudeza y espíritu de conquista. Por ello, en las zonas de escalada suele predominar la presencia masculina. Las reglas del juego en la roca giran entorno a los rituales típicos de relación entre hombres, al arriesgar y ser capaz de pegarse vuelos, juego en los que unos y otros se animan para demostrar la virilidad, la rudeza, la fuerza y la valentía, que uno no es menos hombre que los otros. Y es que a los varones, desde pequeños, se les enseña y practican el ser muy activos y guerreros, tanto a través de los modelos masculinos que perciben (los televisivos, los de los contenidos escolares, los amigos, los referentes familiares), como en los juegos o actividades que realizan. Para ellos, cuando llega el momento de escalar, enfrentarse al riesgo pese a la posibilidad de sufrimiento y dolor, apretarle (o mostrar su fuerza), ser un guerrero de la roca, es algo que llevan haciendo muchos años. Por lo tanto, muchos hombres están más dispuestos a arriesgar, a estar fuertes y a demostrarlo en público, por la sencilla razón de que están acostumbrados a ello. De aquí su mayor facilidad a enfrentarse al miedo al escalar.



Pero las mujeres hemos aprendido otras cosas. Desde pequeñitas se nos han desarrollado las habilidades para cuidar, ser madres, ser emotivas y dependientes y estar guapas. Los valores de la feminidad tambien nos han llegado a través de los referentes femeninos (mediante los mismos canales que hemos mencionado para los masculinos), las actividades y juegos que hemos practicado y que se nos han asignado (pese a que de manera puntual podamos salir de nuestro rol). Por ello, hemos aprendido que somos (y debemos ser) el sexo débil en su sentido más literal, es decir, delgadas, frágiles, débiles, jugando tranquilitas para no hacernos daño o que no nos lo hagan. Socializadas en la fragilidad propia, nos han inculcado el miedo a casi todo. Respecto al tema que aquí nos ocupa, la falta de juegos de fuerza, de agresividad o de contacto con los demás, nos ha hecho crecer en el desconocimiento de nuestras habilidades físicas, a lidiar con el riesgo y con la posibilidad de dolor. Nosotras no teníamos que ser ni valientes ni fuertes. Por eso sentimos miedo, especialmente cuando hacemos cosas que socialmente no parecen estar pensadas para las mujeres. Un buen ejemplo es ir de primeras al probar las vías; pero sin que previamente nos las hayan montado, con la incertidumbre del vuelo. Porque poder, sabemos que podemos; que no hay riesgo, también; pero lo aprendido desde muy pequeñas, arraigado muy en el inconsciente, nos traiciona fácilmente.

Existe la tendencia de las mujeres a considerar más bajas sus capacidades, rendimientos y expectativas de éxito (*), lo que también es un problema sociocultural. Pero la única fragilidad o debilidad de las mujeres es la baja autoestima, el pensar que no somos capaces porque no somos tan valientes, no tenemos la fuerza suficiente o nos haremos daño. Leire Aguirre, también en Escaladoras, dice: “El cuerpo de una tía no es el cuerpo de un tío, nosotras tenemos nuestras cualidades (...). En general, (...) tenemos menos fuerza, menos explosividad, menos envergadura; pero tenemos otras ventajas como que podemos tener más resistencia en cantos más pequeños, de menor envergadura u otro tipo de canto. Nosotras también tenemos nuestras ventajas.” A las ventajas que aquí apunta Leire Aguirre habría que sumar el equilibrio, y el colocarnos mejor de pies, porque como no creemos que podamos tirar de brazos, nuestra capacidad para mejorar la técnica de pies es mucho más elevada. Sólo nos falta confiar en nosotras mismas, concentrarnos, tener claro que el vuelo es seguro y quitarnos el miedo.

Lo que está claro es que gestionar dicho miedo es una cuestión de aprendizaje, de enfrentarte a la situación que te produce miedo eliminando así la incertumbre sobre el riesgo y su magnitud. Por ello, en el documental que hemos mencionado, vemos a la misma Mariona Martí o a Pati Blasco cayendo repetidas veces, sin que el miedo evite que prueben las secuencias: se trata de escaladoras que llevan muchos años en la roca, que para llegar al 8º grado han tenido que caer muchísimas veces, por lo que la costumbre de volar comprobando que no hay riesgo ha eliminado prácticamente su miedo.
 
(*) Desde las teorías de la atribución, las diferencias se han explicado porque los hombres tienden a atribuir sus éxitos a causas internas estables (habilidad) y los fracasos a causas externas e inestables (mala suerte) mientras que el patrón atributivo de las mujeres es el inverso. Además se ha observado que estas diferencias se acentúan cuando se trata de tareas estereotipadamente masculinas o femeninas. (Deaux y Emswiller, 1974; McHugh y cols., 1982, Pearson y cols 1982).
 
 
Bibliografía:

  • Estudio sobre la práctica de los deportes de montaña en España. Aproximación desde una perspectiva de género, P. Maza, D. Moscoso, A. Estrada.
  • Escaladoras, VVAA.
  • Cómo se enseña a ser niña en la escuela, Montserrat Moreno. 
  • La socialización de género a través de la programación infantil, E. Antón
  • Fragilidad y debilidad como elementos fundamentales del estereotipo tradicional femenino, E. Bosch Fiol y V.A. Ferrer Pérez 
  • Diferencias de género y socialización. Los estereotipos de género y su transmisión a través del proceso de socialización, Revista Redes. 
  • Climbing, masculinity and Imperialism, M. Alpian
 


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